Río de Janeiro, 1950, Maracaná. Uruguay venció 2–1 a Brasil y el estadio quedó en un silencio que aún resuena. Schiaffino igualó, Ghiggia definió; sin embargo, la herida trascendió el marcador. Además, la derrota impulsó un concurso nacional que, en 1954, reemplazó el blanco por la camiseta amarilla con verde, sello identitario diseñado por un joven del sur brasileño. Por otro lado, el impacto redefinió exigencias y relato: desde entonces, Brasil buscó belleza y eficacia bajo una nueva piel.