En 1950, en Río de Janeiro, el Maracaná fue escenario del golpe célebre: Uruguay venció 2–1 a Brasil ante una multitud récord. Schiaffino empató y el capitán Obdulio Varela, con temple, enfrió la euforia local discutiendo el gol y deteniendo el juego; sin embargo, el cierre sumió al estadio en un silencio inédito. Además, la derrota impulsó un giro cultural: por otro lado, Brasil dejó el blanco y adoptó el amarillo. Finalmente, el Maracanazo redefinió mística y presión en la Copa del Mundo.