En Suecia 1958, en el Råsunda de Solna/Estocolmo, un Pelé de 17 años deslumbró en la final: sombrero y volea para el 5–2 de Brasil sobre el anfitrión. Garrincha abrió el campo y Didi ordenó; sin embargo, el niño 10 impuso una nueva escala. Además, Europa lo descubrió como estrella global; por otro lado, el scratch fijó una identidad ofensiva que se consolidaría en 1962. Finalmente, aquella tarde selló el nacimiento de un mito que redefinió cómo se entiende el Mundial. Mientras tanto, Suecia asumió con nobleza la derrota.












