Río de Janeiro, 1950, Maracaná. En el grupo final, Brasil dependía del empate; Uruguay ganó 2–1 y la bisagra fue Juan Schiaffino: control en el área y zurdazo del 1–1 que enfrió al estadio antes del golpe de Ghiggia. Sin embargo, la tarde dejó algo más que un resultado: el silencio de 170 mil y el inicio de una autocrítica brasileña. Además, la Verdeamarela abandonó el blanco por el amarillo. Finalmente, la gesta elevó a la Celeste como mito fundacional del Mundial moderno y su memoria colectiva.